Todo pueblo que se precie posee sus folclores y leyendas, historias que sirven para explicar a los menos letrados los mecanismos del Universo, el porqué de las cosas, la propia identidad e idiosincrasia. Nuestros antepasados bien se preocuparon de extraer figuras magníficas de las viejas tradiciones; entes que de una forma o de otra se nos presentan como guardianes de nuestro devenir frente a la oscuridad e incertidumbre del futuro, para reconfortarnos bajo su cálido manto protector. Una de esas figuras míticas, propia de nuestras tierras, es Tomir el Titán, o Gigante Tomir, ancestral defensor de las tierras caravaqueñas. Ésta es su leyenda.
I
De cómo Tomir rechazó seguir a sus hermanos a la guerra, esperó, y se armó para partir.
De todos los titanes que confabularon contra el monte Olimpo para derrocar a los dioses helénicos, sólo uno, el modesto Tomir, no quiso participar en la batalla, pues no consideraba a los dioses griegos sino niños caprichosos cuyos poderes excedían su raciocinio; sombras que pronto se extinguirían por sí mismos en favor del Dios verdadero que aún estaría por llegar. De modo que Tomir aguardó durante siglos en una legendaria tierra llamada Atlántida, desde donde sintió los terribles temblores y resplandores de la Titanomaquia, y observó los desplazamientos de los mortales a lo largo y ancho del mundo.
Al presentir la llegada del verdadero Dios, el Dios de los cristianos, resolvió emprender un viaje de conocimiento; y como el mundo aún era una pequeña mota de polvo convulsa en medio de un plácido Universo, arrancó un árbol grande y fuerte, el mayor que había en la Atlántida, y le desproveyó de ramas y raíces para fabricarse una clava sólida con la que defenderse en caso de necesidad. Por desgracia, aquel árbol era el eje del mítico continente, su soporte, y como tal, al ser extirpado de la tierra por Tomir, provocó que la gargantuesca isla se hundiera y nunca se supiera más de ella.
El joven titán quiso observar los restos del Olimpo que había sido atacado en el fallido asalto de los demás titanes. De las cenizas del viejo y olvidado Panteón griego rescató el yelmo de Atenea, que le otorgaría sabiduría y buen juicio, y la coraza de Ares, que protegería su cuerpo de males físicos. Así equipado deambuló por los continentes aprendiendo y enseñando las virtudes del espíritu y pregonando la bondad del Dios cristiano.
II
De cómo Tomir recorrió el Mediterráneo y aprendió valiosas lecciones.
Las hazañas de Tomir durante su periplo son materia de leyendas, si bien muchos autores las cuentan a su manera y adaptándolas a su acervo cultural.
Se narra que el gigante no se dejó embaucar por los artefactos maravillosos y riquezass con las que los fenicios le tentaron, pero aprendió de éstos las artes de la minería, la industria y el comercio, y así las enseñó a otros.
En la península itálica se cuenta que Tomir facilitó a los romanos la conquista del Mediterráneo para desterrar la superstición y el oscurantismo; de éstos aprendió el Derecho, y así lo enseñó a otros.
En la clásica Grecia se contaba que Tomir, amante de las artes helénicas, permitió que se instalasen en la vieja Iberia, donde dejaron huellas de su paso y bautizaron cierto río con el nombre mítico de Argos; de ellos Tomir aprendió las bellas artes de la escultura y la arquitectura, y así las enseñó a otros.
También consiguió Tomir que los visigodos abjurasen de la herejía arriana y abrazasen el auténtico cristianismo; de ellos aprendió el Derecho Canónico, y así lo enseñó a otros.
El titán se enfrentó a los ejércitos invasores de Tarik y Muza, los musulmanes que comenzaron la guerra contra los cristianos visigodos de la península ibérica; de aquellos aprendió el arte de canalizar las aguas para el riego de las huertas, y así lo enseñó a otros.
Fue entonces cuando el titán empezó a sentir cierto afecto por un lugar en concreto, una bella y fértil tierra que los antiguos llamaban “Carabaca”, y donde Tomir obtenía paz y descanso entre los conflictos que azotaban Hispania. Además, la intuición de Atenea le hacía presentir que esa tierra muy pronto iba a ser bendecida por un objeto divino, portado por los mismísimos ángeles del Cielo, que confiarían su custodia a las tierras caravaqueñas. Por tanto, el gigante resolvió proteger Caravaca de los invasores y cuantos males la amenazaran, para siempre.
III
De cómo los moros urdieron un plan y Tomir fue engañado por una belleza maligna.
Viendo los musulmanes que no podrían conquistar Caravaca por las armas mientras el gigante siguiera defendiéndola, resolvieron solicitar los servicios de una hermosa hechicera árabe que, por una enorme e indecente cantidad de oro, embaucaría al sabio y valiente titán para alejarle de las tierras que los islámicos ansiaban ocupar. Así acordado, la hechicera partió hacia nuestras tierras con una cohorte de doncellas y soldados de piel de ébano, montados en inmensos elefantes pertrechados con lujosas gualdrapas de seda carmesí.
Al llegar ésta comitiva a Caravaca, Tomir contempló los bellísimos ojos negros y el cabello dorado de la hechicera y cayó presa de aquello contra lo que ningún yelmo ni armadura podría defenderle: el amor. La hechicera dijo ser la princesa de un reino muy lejano y precioso, y durante algunas noches compartió historias con el titán a la luz de la hoguera, falsas todas ellas, con el único fin de nublar el entendimiento de Tomir y manejarle como un pelele sin voluntad. Al cabo, la hechicera, fingiéndole amores, le pidió al gigante que la acompañase a su reino de verdor y ríos de leche y miel, y éste aceptó partir con ella, totalmente encandilado por su belleza y los relatos de tan extraordinaria tierra.
Viajaron hasta la costa, donde un lujoso y enorme bajel les aguardaba para partir a aquel lejano y mágico reino. Tomir y la hechicera subieron a la nave y soltaron amarras en lo que prometía ser un viaje largo y placentero.
Sin embargo, la traición se reveló al llegar a alta mar. La hechicera, con el propósito de arrojar al gigante al fondo marino, invocó con sus artes oscuras a terribles criaturas que permanecían en letargo en las simas abisales para arrasar la nave y hundirla con Tomir a bordo. Cuando los monstruos emergieron de las aguas y amenazaron la nave, Tomir reparó en el engaño al que había sido sometido, y tomando su clava atlántida, combatió a los demonios marinos con furia y valor hasta que sumergió en las profundidaes hasta al último de ellos. La hechicera, sorprendida por el poder del gigante, hizo amago de huir volando, pero Tomir la capturó y la arrastró, suplicante, de vuelta a Caravaca.
IV
De cómo Tomir libró la última batalla, y se echó a descansar.
Lo que el titán encontró en su regreso a Caravaca encogió su estoico corazón. Los invasores musulmanes, en ausencia del guardián, habían atacado Caravaca, derribado sus murallas, arrasado sus campos, y apresado a los cristianos que la habitaban. El gigante rugió de furia y resolvió castigar de inmediato a la bruja árabe, sepultándola viva bajo el Álamo Blanco, donde aún hoy se escuchan los lamentos de la traidora, y cuya leyenda contaremos en otra ocasión.
Seguidamente, Tomir se ajustó el yelmo de Atenea, aseguró las correas de la coraza de Ares, sopesó su clava atlántida, y se lanzó a una batalla de uno contra miles en lid con los musulmanes para recuperar Caravaca, contienda que duró siglos, y que logró debilitar a los invasores lo suficiente como para que un infante cristiano lograse reconquistar Caravaca sin lucha mediante.
Tras la batalla, Tomir, extenuado, cubierto de tierra y sudor, se echó a descansar en las lindes de Caravaca. El sueño de un gigante no es como el de los mortales, pueden durar siglos, y Tomir no dormía desde que abandonó la Atlántida. Con el tiempo, sobre Tomir comenzaron a crecer plantas, árboles, pastos, bosques. La vida se instaló sobre el colosal cuerpo durmiente del gigante. Pasaron los siglos, y Caravaca cambió, creció, honró a su Santísima Cruz añadiéndola a su nombre, y Tomir aún duerme. Su silueta se dibuja en el paisaje caravaqueño, dicen que desde el Camino del Huerto puede contemplarse al gigante dormido. Los que saben de éstas cosas aseguran que el titán dormirá hasta que una nueva amenaza se cierna sobre Caravaca de la Cruz, momento en el cual el coloso se alzará, sacudiéndose la tierra y los siglos de descanso, y se prestará a defender Caravaca de la Cruz de la calamidad. Hasta que ese día llegue, los caravaqueños, grandes y chicos, pueden contemplar un reflejo del poder de Tomir en el gigante de cartón que desfila por nuestras calles, para que conozcan y nunca olviden al mítico protector de Caravaca, Tomir el Titán, Tomir el Gigante.
Nota: Éste relato fue narrado por vez primera por el cronista Manuel Guerrero Torres. Una vez más, en nuestra labor y afán de mantener vivas las leyendas caravaqueñas, hemos reinterpretado y versionado la leyenda del Gigante Tomir, dejando intacta su esencia, y legándola a las generaciones presentes y futuras.