Ahora que se acerca el día de Todos los Santos…
De todos los miedos e incertidumbres que atenazan el ánimo de las personas, quizás uno de los más recurrentes es el misterio del Mas Allá. El tránsito del alma humana a otro plano de la existencia ha sido debatido por científicos, filósofos, poetas, pintores, y en general, todo el conjunto de custodios del saber de la humanidad y teóricos de todo pelaje que, no obstante, han sido incapaces de alcanzar un consenso a la pregunta más básica de cuantas podemos hacernos en un momento de introspección:
¿Adónde iremos cuando nuestro cuerpo físico fenezca?
Algunos dirán que en la humedad y oscuridad del cementerio se acaba la historia. Tantos otros afirmarán que trascendemos a otras dimensiones de consciencia a través de un “túnel de luz”. Unos cuantos, los más piadosos, poseen la Fe de que nos reuniremos con nuestros seres queridos en torno a Su Gracia, regresando al Edén del que una vez fuimos expulsados. La gran mayoría lo tiene claro: hay algo al otro lado que nos aguarda, algo que no se puede explicar por ciencia alguna y cuyo conocimiento absoluto se nos brinda en nuestro momento final.
Esa incertidumbre atávica es la causante de que, al menos en tiempos no tan lejanos, las personas nos preocupáramos desde muy temprano de velar por nuestros difuntos allá donde estuvieran, con el deseo y esperanza de que nuestros descendientes hiciesen lo mismo con nosotros. Si obramos bien en vida, no hay angusta que valga, pues habremos ascendido a los nieveles reservados a los puros y píos. Pero… ¿y si en su momento, por desidia o falta de tiempo, no llegamos a limpiarnos esos pecadillos, esas faltas que hacen que San Pedro menee la cabeza ante nuestro ruego de entrar a los paraísos espirituales? En el Purgatorio debe hacer más calor que allá arriba. Nada más acuciante, pues, que sacar a nuestros difuntos de tal estado transitorio y facilitarles el salvoconducto a los Cielos. Y aquí entran los Animeros de Caravaca.
Los Animeros, músicos y cantantes del pueblo, surgidos de la humildad con artes modestas pero muy efectivas. Enlaces musicales con el Otro Mundo que actuaban y actúan en beneficio de las Cofradías de Ánimas Benditas, existentes desde los siglos XVII y XVIII, y cuya misión no es otra que orar por las Almas del Purgatorio, llevar los buenos deseos de los parientes vivos a sus difuntos con el fin de lograr su redención, en una tradición que habrá de pasar a los que vienen detrás, si son biennacidos y se preocupan por la segunda vida.
Las Cofradías de Ánimas cumplían con su tarea organizando “ejercicios de Ánimas” y otros ritos de carácter oracional durante el mes de Noviembre, misas de difuntos, el “toque de campana” por las almas, y toda una serie de sufragios que requerían de ciertos ingresos. Todo es poco para las Ánimas Benditas del Purgatorio.
En el Noroeste de la Región de Murcia, concretando más en Caravaca de la Cruz, la Cofradía de Ánimas obtenía el grueso de sus fondos de las actuaciones de las cuadrillas de Animeros que, instrumental al hombro y una bolsa rebosante de buenas intenciones, aprovechaban los períodos navideños para viajar de finca en finca, de aldea en aldea, donde eran recibidos con alegría y licores y dulces navideños para proporcionar buenos ratos de diversión musical con tonadillas, jotas, y seguidillas, alimentadas por el arte animero con el instrumento de cuerda tal como la guitarra, la bandurria o el laúd, y algún que otro rudimentario instrumento de percusión. Una cuadrilla encabezada a menudo por el más viejo de ellos, que suele coincidir con el pináculo de la sabiduría del grupo. Los Animeros eran tan esperados en las frías noches invernales que si no acudían a alguna casa, en ésta se hablaba de ofensa y desvergüenza; mas los Animeros no solían faltar a ninguna hacienda (salvo casos de inquina pertinaz) puesto que su objetivo no era sino pedir el “oguinaldo” para las Ánimas benditas, que bien podía ser en metálico o bien en especie, dependiendo de los posibles económicos de la famila.
“¡Ave María!” dice el hermano campanero al llegar, tocando su campana.
“¿Quién va?” le replican desde el interior.
“Las Ánimas Benditas. ¿Se canta o se reza?”
Si la familia guardaba luto, se rogaba rezo. En otro caso, la cuadrilla invitada al interior oraba con los habitantes del hogar por las almas, para seguidamente tocar melodías populares y rogar el aguinaldo para las Ánimas. Si el cabeza de familia se mostraba generoso, los Animeros devolvían la prebenda en forma de variadas músicas para diversión de las familias, llegando incluso a acoplarse a peticiones tan descabelladas como tocar subidos a un árbol o acostados en el suelo. Por si no lo hemos mencionado, todo es poco para las Ánimas Benditas del Purgatorio…
Y así, en esas noches de la Navidad, cuando las familias están recogidas, pasan los Animeros de casa en casa, encendiendo el ambiente con sus tonadas y recaudando los aguinaldos para los difuntos. No es asunto menor preocuparse por los que se marcharon, puesto que todo el que conoce su lugar en el mundo sabe aquello de “A las Ánimas Benditas no te pese hacer bien, sabe Dios si mañana serás ánima también…”
Fuente: “Crónicas para la Historia de Caravaca”, Melgares Guerrero, J.A.
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