Como cada año y a modo de ritual de preparación para la semana de Pasión, Semana Santa, nos acercamos al período de Cuaresma, que según la tradición cristiana, fue el período de 40 días que Jesucristo pasó en el desierto ayunando y preparando su espíritu para los futuros acontecimientos. Siguendo la religiosa tradición de “cargar con nuestra cruz”, desde el medievo no han faltado fervorosas muestras de piedad en forma de imitaciones de las penurias de Cristo, desde creyentes que se flagelan las carnes, a semejanza de los latigazos infligidos al Redentor, hasta hacerse crucificar, literalmente, para entrar en comunión absoluta con los dolores que hubo de padecer el mismo Jesús. Casi nada.
No es extraordinario, por tanto, que en la cristiandad se considere cita anual ineludible, si bien con dispares criterios de cumplimiento, la anteriormente referida Cuaresma: cuarenta días completos antes de la Semana Santa propiamente, días en los que tal y como se nos transmite por tradición no se puede comer carne los viernes; aunque tan liviana prohibición contemporánea no sería comparable al mucho más estricto ayuno al que se someterían las gentes piadosas en tiempos más pretéritos con el ánimo de empatizar en lo posible con la abstinencia alimentaria de Jesucristo en sus 40 días en el desierto y cargar, de ésta manera, con su “Cruz”, al tiempo que se “limpia” el alma para la semana Pasional.
Tragar hasta reventar
La Cuaresma comienza formalmente el Miércoles de Ceniza, día marcado en el calendario cristiano apostólico como el indicado para acudir a las iglesias y parroquias a lo que llamamos “ponerse” o “echarse” la ceniza en la frente de manos de un sacerdote, pues recuerda que “polvo eres y en polvo te convertirás”, que la vida es finita, un valle de lágrimas. Desde ese momento arranca el solemne período de Cuaresma en el que cada cual, de acuerdo a su conciencia, se pone las restricciones que su convicción le permita. Aunque en ningún lugar se indica que antes del Miércoles de Ceniza ya haya que ponerse el hábito…
Tal es la finalidad de la fiesta pagana del Carnaval, el baile de máscaras, los días de exceso antes de la abstinencia. Salid, bebed, comed, y no dudéis en bailar, que mañana quién sabe si estaremos en otro lugar. O como mínimo, habremos de estar 40 días de depuración espiritual.
En ésta coyuntura, nace una tradición muy caravaqueña que hunde sus raíces en siglos pasados: la Noche del Reventón, hermosa costumbre etnológica tan sencilla que se explica en pocas palabras: La noche del martes de Carnaval, el día antes de miércoles de Ceniza, comer ‘tortas fritas’ hasta no poder más. O lo que es lo mismo, hasta reventar.
Tales tortas fritas pueden comerse solas, con azúcar, chocolate a la taza, o cualesquiera acompañamientos del comensal. A gusto del consumidor. La única condición para cumplir con el mandato secular de la Noche del Reventón es tragar tortas hasta hartarse. Y el día siguiente, empezar la abstinencia cuaresmal.
La Torta Frita que vino del Pasado
Quien éste texto rubrica, puede dar Fe de que semejante costumbre no existe mucho más lejos de nuestra Comarca del Noroeste. En mis años universitarios en la ciudad de Murcia, busqué sin éxito cada martes de Carnaval una confitería, panadería u obrador que me sirviese unas pocas ‘tortas fritas’ para mi particular Noche del Reventón, recibiendo de aquellas buenas gentes nada salvo cierto gesto de confusión. Las Tortas Fritas y la Noche del Reventón es un elemento idiosincrásico particularmente localizado y muy digno de transmitirse y conservarse. Pero, ¿De dónde viene tamaño disparate gastronómico? La documentación conservada desde luego no arroja apenas información. Todo lo que podemos hacer es conjeturar que tal tradición proviene de la Edad Media, período histórico en el que a la dificultad endémica de procurarse una adecuada alimentación se le sumaba la obligación religiosa de guardar la Cuaresma como todo buen cristiano, con sus correspondientes abstenciones alimenticias, si bien es bastante lógico pensar que en los confortables palacetes y castillos nobles resultaba sensiblemente más cómodo guardar los piadosos ayunos que en los estamentos más desfavorecidos. El campesinado, aguzando el ingenio y echando mano de los ingredientes más básicos a su alcance (agua, sal, harina y huevos, en su versión más elemental) se procuraban una masa densa y pastosa que separada convenientemente en trozos más pequeños y frita en aceite originaba una más que respetable cantidad de “tortas” que llenaban bien la panza y permitiría a las gentes de la plebe soportar los rigores cuaresmales.
Ésta receta, naturalmente adaptada y modificada a los gustos y posibilidades de la era moderna, es la que fundamentalmente ha llegado a nuestra época. Y a día de hoy, acaso un milenio después, las ‘tortas fritas’ continúan reuniendo a las familias en torno a una cena a base de éstas delicias ancestrales elaboradas con productos que la tierra tan generosamente nos brinda. Raro es el teléfono que no suene un día o dos antes del miércoles de Ceniza y al otro lado haya una madre o abuela, padre o abuelo, que diga “pásate por casa si quieres a por unas tortas fritas, que me han salido muchas…”
Feliz Martes de Carnaval. Felices Tortas Fritas. Que ustedes revienten bien.
Podéis encontrar una receta de ‘tortas fritas’ pinchando ésta dirección.
http://www.turismocaravaca.com/blog/noche-de-reventon-noche-de-tortas-fritas/
¡Que aproveche!
Día típico de los carnavales caravaqueños. Que tiempos vividos y cuantas anécdotas y vivencias. Todo un lujo para quienes lo vivimos
en mula también lo hacemos y son buñuelos lo que hacemos.desde crío lo hace mi familia. cada vecino lo hace de una manera o leche o canela o gaseosa o levadura.recuerdo que nos duraban los buñuelos hasta 3 o 4 días.jejejeje.