Con el final de la Cuaresma ya próximo, y a una semana del Viernes de Dolores, resulta pertinente recuperar el relato de una vieja tradición caravaqueña que tenía lugar el viernes anterior al de Dolores, y que ayer y hoy se conocía como el Viernes de Lázaro. Actualmente, en éstas fechas se celebra un triduo en honor a San Lázaro, en los tres días precendentes al mencionado viernes de Lázaro, pero la celebración antigua tuvo una forma algo diferente.
Era costumbre en tiempos más pretéritos acudir el mencionado viernes anterior al de Dolores al Santuario de la Vera Cruz, donde desde el siglo XVIII al menos, existe en el lado de la Epístola un altar dedicado al bienamado amigo de Cristo, muerto por enfermedad y resucitado por Su voluntad. Los caravaqueños se congregaban por cientos en el templo, durante todo el día, para orar en el altar de San Lázaro, quizás como parte del atávico sentimiento de suplicar a los Santos remedios imposibles para la mano humana, o como pleitesía a los fallecidos, como lo estuvo Lázaro. Era en efecto un día multitudinario, alcanzando su máxima afluencia a las 3 de la tarde, la hora del miserere, cuando “la iglesia se quedaba pequeña y el espacio dedicado a velas y cirios rebosaba hasta el peligro de incendio por saturación“.
¿Una costumbre de raíces en la Europa del Este?
A día de hoy no se ha esclarecido con nitidez el origen de ésta costumbre caravaqueña del Viernes de Lázaro. Algunas investigaciones antiguas y pendientes de revisión apuntan a que tal tradición fue importada por alguien con la buena intención de revitalizar la afluencia de fieles al Santuario en esta fecha concreta, dado que la presencia masiva de caravaqueños en el Viernes de Dolores y el Viernes Santo en el Castillo se daba por sentada.
Existe una hipótesis sobre las raíces de ésta tradición que habla de la cristianización de una festividad eslava con origen en Serbia y que responde al nombre de Sábado de Lazarel o Sábado de las Flores. En tal festividad, celebrada el sábado antes de Ramos, es costumbre entre otras que las muchachas jovenes, en grupo de tres máximo y vistiendo una de ellas al estilo nupcial, marchen con hojas de sauce adornando su cabello, cantando un himno triste y melancólico que habla de la trágica muerte de un tal Lazarel, víctima de una caída mortal desde un árbol al intentar coger una flor para su amada prometida. No deja de ser una celebración de origen pagano, de celebración de la Primavera.
El cómo ésta festividad llegó a Caravaca, cristianizada y adaptada a las fechas y el contexto religioso local, es aún un misterio. Sin duda existen coincidencias entre el caravaqueño Viernes de Lázaro y el eslavo Sábado de Lazarel, como la celebración de ambos a inicios de Primavera, tomando como base la muerte, y con los lamentos tanto de las hermanas del resucitado amigo de Cristo como de la prometida de Lazarel y sus acompañantes. Sea como fuere, ésta curiosa tradición caravaqueña que tanta popularidad amasó en el siglo pasado y que cayó en el olvido durante muchos años, hoy en día está recuperada en forma del mencionado triduo a San Lázaro, que si bien difiere de las maneras antiguas de ésta costumbre, en esencia su significado no ha cambiado y sigue concentrando a muchos caravaqueños y caravaqueñas con ánimo de rendir culto a Lázaro, uno de los pocos mortales corrientes y molientes que ha vuelto de la muerte para contarlo.
Fuente: ‘Crónicas para la Historia de Caravaca’. J. A. Melgares Guerrero.