Gigantes y cabezudos al son de la dulzaina

Gigantes y cabezudos al son de la dulzaina

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cabeceraUnas veces villanos, otras héroes, los Gigantes forman parte del imaginario colectivo desde los pretéritos tiempos medievales. Protagonistas de leyendas y cuentos infantiles, el gigante es la representación tanto de la sublimación de la humanidad como de la encarnación de sus más terribles temores, pues el gigante poderoso y bonachón y el colosal destructor a menudo comparten presencia en las fabulaciones, pues acaso son ambos las dos faces de nosotros mismos…

Sea como fuere, los gigantes aparecen en las crónicas festeras divinas y paganas de diversos puntos de España, y allende nuestras fronteras, desde antiguo, siendo su origen aún un misterio por desvelar. En Caravaca de la Cruz, desde luego, son parte esencial de las Fiestas en Honor a la Santísima y Vera Cruz, pues los Gigantes y Cabezudos, queridos por pequeños y mayores, son los embajadores de los festejos, pregoneros silenciosos de los días de algarabía y solemnidad que están al llegar. En un dueto indisoluble, los Gigantes (y cabezudos) acompañan al Tío de la Pita (y Tamboril) en sus desfiles por las carreras caravaqueñas, escenarios desde antaño de la desbordante alegría de la chiquillería domada al son de melodías populares.

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Solemnidad gigantil

Y sin embargo, los gigantes no siempre fueron parte casi exclusiva de nuestras Fiestas. En su origen, y como nos señalan los documentos históricos, los gigantes eran parte del cortejo de la fiesta del Santísimo Sacramento, o Corpus Christi, la solemnidad religiosa más importante del año en aquellos tiempos y que más esmero requería por parte de las mayordomías encargadas de su organización. Se habla de “danzas y gigantes” como parte de las celebraciones del Corpus, en las que también aparece una figura diabólica llamada Tarasca, una especie de serpiente dracónica, representante de Lucifer, cuyo destino al final de los festejos era perecer en las llamas purificadoras.

La razón de la presencia de los gigantes en la celebración del Corpus navega en la conjetura; acaso podría explicarse como un simbolismo de la separación entre lo terrenal y lo divino, siendo los gigantes los heraldos de lo perecedero, como ellos mismos, meros seres de tela, madera y cartón, frente a la eternidad espiritual.

La primera documentación relativa a los gigantes caravaqueños data de 1628, en las fiestas del Corus Christi, con el pago de 160 reales del Mayordomo Juan Torrecilla Merino al artesano Tomás Carbonell para la hechura de cuatro gigantes y un caballo, partes de una representación teatral. Así mismo, en el mismo año se halla testimonio del pago de 142 reales y 36 más por montar los gigantes y conducirlos, respectivamente. Su presencia se mantendría en las décadas siguientes, siempre ligados al Corpus.

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El ocaso y resurgimiento de los gigantes

En 1780, las danzas de “gigantones y enanos” fueron prohibidas por Real Cédula de Carlos III, sin duda impulsada por los Obispos Ilustrados que encontraban de poco gusto decoroso éstos elementos, declarando que “…su concurrencia ocasiona no pocas indecencias y sólo sirven para aumentar el desorden y distraer o resfriar a la Majestad Divina”. Sin embargo, pasados los temores a la sanción de las primeras décadas, la prohibición se fue olvidando y en el siglo XIX las danzas de gigantes y cabezudos o enanos volvieron poco a poco a poblar las festividades de corte no sólo religiosa sino también civil.

El cómo y cuándo los gigantones se vuelven parte de las Fiestas de la Vera Cruz de Caravaca es, una vez más, un enigma. Se dispone de una fecha probable, 1839, en la que ya los gigantes formaban parte de los festejos patronales caravaqueños. Acaso se llegó a ésto con un proceso paulatino, en el que al ir cobrando mayor relevancia las celebraciones en honor a la Stma. Cruz, así los gigantes y dulzainas fueron abandonando las solemnidades del Corpus para incorporarse a las festividades locales.

Desde entonces y de forma más o menos constante, los Gigantes van a aparecer cada año en las calles caravaqueñas como preludio a las Fiestas de la Cruz, siempre bailando al son de las melodías del Tío de la Pita… ¡que ya suenan por nuestras avenidas!

El Tío de la Pita y sus gigantescos compañeros

El Tío de la Pita llega en un autobús, recibido con todo el cariño de un pueblo, y como si de un Flautista de Hamelín se tratase, como cosa de magia, logra que la multitud le siga mientras toca “Serafina la Rubiales”. Detrás de él y de su inseparable Tamboril, los Gigantes y Cabezudos cierran la comitiva portados por abnegados y expertos giganteros, duchos en el manejo y baile de los colosos de cartón.

El Tío de la Pita, con arraigo en diversos puntos de la Región de Murcia, surge en el Renacimiento, como parte de los rituales primaverales, el tiempo de las labores del campo. Es el despertador del huertano que debe ponerse a la faena, el músico que junto con su Pita (dulzaina) y un niño acompañándole al tambor, recorre las sendas de las aldeas y los campos tocando melodías que ayudan a los cultivos a romper su sopor y dar buenas cosechas. En Caravaca, además, el Tío de la Pita está ligado a los “Conjuros” que se practicaban desde el Santuario de la Vera Cruz, en el que la Reliquia era mostrada a los cuatro puntos cardinales para abjurar las tormentas y bendecir los campos.

Los testimonios documentales del Tío de la Pita aparecen desde el siglo XVI, del cual se datan documentos de pago a “músicos” que vienen de fuera de Caravaca a amenizar las fiestas del Corpus. Ya en el XVIII, se menciona el contrato anual a “un dulzainero” que acude a Caravaca para cumplir la misma tarea, hasta que su labor se liga de forma permanente a las Fiestas de la Cruz. Naturalmente, con el paso de la presencia de los gigantes en el Corpus a las Fiestas patronales caravaqueñas, el Tío de la Pita les sigue en la aventura, convirtiéndose desde entonces en inseparables compañeros de correrías y música en las postrimerías del mes de Abril.

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Serafina está en la esquina, más seca que una sardina…

Sin duda, un halo de emoción acompaña la danza de los gigantes y cabezudos con la melodía del Tío de la Pita, pues es la señal inequívoca de que se aproximan las Fiestas de la Vera Cruz de Caravaca y Caballos del Vino. La dulzaina del Tío de la Pita resuena en las calles durante los cinco días más esperados por la chavalería de Caravaca, pues es tiempo de juego y bailes, y de probarse a uno mismo para ver cuánto ha crecido durante el año anterior tratando de alcanzar las enormes manos de los Gigantes.

Tras los Festejos, la dulzaina del Tío queda en silencio hasta el año siguiente, y los gigantes y cabezudos duermen su sueño reparador en la antiquísima Ermita de San Sebastián, deseando el pueblo caravaqueño que vuelvan a salir de su sopor al grito de “¡Gandules, gandules…!” mientras el Tío de la Pita vuelve a bajarse del autocar tocando aquello de:

“Serafina está en la esquina, más seca que una sardina.
Serafina, Serafina.
Serafina la Rubiales es una chica muy fina.
Serafina, Serafina.
Serafina mueve los pinreles,
que tu cara es un manojo de claveles.
Serafina, deja a ese bribón.
Serafina de mi alma, Serafina de mi corazón”.

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AGRADECIMIENTOS

Al siempre solícito Peris González por su aportación documental y fotográfica.

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